El otro día, por casualidad, escuché hablar de los niveles de satisfacción. Me saltaré toda esa historia del hombre que al ver cubiertas sus necesidades vitales avanza para cubrir las emocionales, las materiales…
Hablaré entonces de la satisfacción que sentimos al comprar, por ejemplo, un reproductor mp3 (o mp4 o ipod) nuevo. Lo vemos en su cajita nueva, le quitamos el plástico ese transparente que nos pone de los nervios, abrimos la caja, cogemos el aparato lo vemos, lo tocamos y… nos sentimos orgullosos de poseerlo.
En esto, creo yo, se basan los diseñadores; en los niveles de satisfacción que vayan a generar en los consumidores. No hay nada más acertado que conseguir transmitir una sensación de placer a los compradores ya sea por hacer que se sientan poderosos, inteligentes, ricos o cultos.
La satisfacción alcanzada con un producto variará con el nivel económico del comprador, con su nivel social y cultural y también con el esfuerzo que le haya supuesto la adquisición del objeto deseo. Como ejemplo, recordemos que cuando éramos niños una bolsa de gominolas podía suponer un nivel de satisfacción enorme y ahora pues aunque es satisfacción… no es lo mismo.
Los compradores sufrimos una especie de adicción al consumo por intentar sentirnos cada vez más “satisfechos”, por buscar el placer instantáneo que nos proporcionan unos zapatos nuevos, por cubrir carencias a través de la autoafirmación dada por los objetos, por sentirnos aceptados dentro de la sociedad, dentro de nuestra tribu.
Para terminar una pequeña referencia a Dostoievski:
“¿Qué puede esperarse de un hombre? Cólmelo usted de todos los bienes de la tierra sumérjalo en la felicidad hasta el cuello, hasta encima de su cabeza de forma que a la superficie de su dicha, como en el nivel del agua, suban las burbujas, déle unos ingresos que no tenga más que dormir, ingerir pasteles y mirar por la permanencia de la especie humana; a pesar de todo ese hombre por puro desagradecido, por simple descaro, le jugará a usted una mala pasada. A lo mejor comprometerá los mismos pasteles y llegará a desear que le sobrevenga el mal más disparatado (... ) Justamente, sus ideas fantásticas, su estupidez trivial, es lo que querrá conservar…”
Hablaré entonces de la satisfacción que sentimos al comprar, por ejemplo, un reproductor mp3 (o mp4 o ipod) nuevo. Lo vemos en su cajita nueva, le quitamos el plástico ese transparente que nos pone de los nervios, abrimos la caja, cogemos el aparato lo vemos, lo tocamos y… nos sentimos orgullosos de poseerlo.
En esto, creo yo, se basan los diseñadores; en los niveles de satisfacción que vayan a generar en los consumidores. No hay nada más acertado que conseguir transmitir una sensación de placer a los compradores ya sea por hacer que se sientan poderosos, inteligentes, ricos o cultos.
La satisfacción alcanzada con un producto variará con el nivel económico del comprador, con su nivel social y cultural y también con el esfuerzo que le haya supuesto la adquisición del objeto deseo. Como ejemplo, recordemos que cuando éramos niños una bolsa de gominolas podía suponer un nivel de satisfacción enorme y ahora pues aunque es satisfacción… no es lo mismo.
Los compradores sufrimos una especie de adicción al consumo por intentar sentirnos cada vez más “satisfechos”, por buscar el placer instantáneo que nos proporcionan unos zapatos nuevos, por cubrir carencias a través de la autoafirmación dada por los objetos, por sentirnos aceptados dentro de la sociedad, dentro de nuestra tribu.
Para terminar una pequeña referencia a Dostoievski:
“¿Qué puede esperarse de un hombre? Cólmelo usted de todos los bienes de la tierra sumérjalo en la felicidad hasta el cuello, hasta encima de su cabeza de forma que a la superficie de su dicha, como en el nivel del agua, suban las burbujas, déle unos ingresos que no tenga más que dormir, ingerir pasteles y mirar por la permanencia de la especie humana; a pesar de todo ese hombre por puro desagradecido, por simple descaro, le jugará a usted una mala pasada. A lo mejor comprometerá los mismos pasteles y llegará a desear que le sobrevenga el mal más disparatado (... ) Justamente, sus ideas fantásticas, su estupidez trivial, es lo que querrá conservar…”