Entre 1954 y 1955 se desarrolló el proyecto urbanístico de Pruitt-Igoe en San Luis, Misuri. El proyecto fue presentado como el ideal urbano, como una parte de la utopía de Le Corbusier, en donde la vivienda debía ser una "máquina para habitar". El racionalismo y funcionalismo en su máximo exponente.
Cada cosa en su sitio, un sitio para cada cosa. El orden , la racionalidad, el sentido común, el dos más dos suman cuatro. Un modelo para una arquitectura cuya belleza se basara en la practicidad y funcionalidad.
Después de algunos años, el conjunto se convirtió en una zona que se encontraba en pobreza extrema, con altos índices de criminalidad y segregación y en 1972 el que había sido el proyecto de Pruitt-Igoe fue demolido por el gobierno federal. Su destrucción fue descrita por el arquitecto paisajista, teórico e historiador de la arquitectura Charles Jencks como «el día en que murió la arquitectura moderna».
Uno de los errores que ocasionaron la demolición del proyecto de Pruitt Igoe, fue el de pretender plantar una comunidad en un desarrollo urbano- arquitectónico en donde no fue tomado en cuenta el usuario que habitaría dicho lugar, quién tendría contacto directo con sus espacios, con sus actividades y al provenir de culturas tan distintas, se acabó produciendo la segregación, los actos violentos y el completo deterioro del complejo.
¿Qué pasa cuando planificas todo, cuando analizas todo, cuando estudias hasta el último detalle para que el resultado sea el esperado y te olvidas del factor humano? Si se ha demostrado que el ser humano no es una máquina que necesite una máquina para habitar, ¿por qué nos seguimos empeñado en racionalizarlo todo como si la humanidad fuese algo de segunda y la técnica la fuente de la verdad?
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